Resolver el intríngulis del mundo café de por medio, o aprender a discutir
Maravilloso aquello que surge alrededor de una mesa con amigos con quienes se intenta desentrañar la existencia: Lanzamos argumentos infalibles que eliminan de un plumazo la injusticia del mundo, los conflictos laborales, las derrotas futbolísticas de nuestros respectivos equipos, los desamores, en fin. Todo aquello que requiera de un grupo de valientes cerebros.
Tenemos recetas para las mejores comidas, un fernet bien preparado, para volvernos millonarios con unos pocos negocios, creativas directivas para dominar el mundo y más. Nos burlamos de nosotros mismos o de alguna víctima presente que por lo general es más divertido. Devoramos lo que se ponga en la mesa y nos volvemos esponjas vaciadoras de vasos.
Y después de resolverlo todo finalizamos la sesión organizando algún pronto futuro cónclave, con un abrazo y la partida de cada uno a su cálido palacio. Pero fuera de esas fructíferas reuniones toca recordar la adultez y las responsabilidades de un mundo lleno de humanos, quienes en su estado actual de civilización necesitan ponerse de acuerdo, y es ahí donde se complica el asunto.
No me gusta discutir. No son aguas en las que pueda navegar seguro y tranquilo aunque reconozca que es necesario y muchas veces inevitable. Continuamente se hace imprescindible llegar a un acuerdo, y cuando el conflicto encuentra aguas muy divididas solo es posible intentar acercar posturas a través de la discusión, acto que no es negativo en su propia concepción.
Esta puede tomar diferentes rumbos que están incluidos en su propia definición de la palabra y sus sinónimos: disputa, controversia, polémica, litigio, bronca, altercado. O su otra acepción: análisis, debate, examen, razonamiento, deliberación. Esto suena un poco menos beligerante e invita a participar en la cosa.
El buen discutidor es aquel que sabe escuchar y procesar aquello que no está en su misma línea de pensamiento; que tiene la capacidad de argumentar y reformular ideas para defender una postura pero sin desdeñar la del otro. Cuando esto sucede entre dos o más personas que comparten estas características el intercambio es nutritivo. Cuando se lanzan argumentos absorbiendo y procesando la opinión del otro se alimenta la propia argumentación, o incluso se posibilita un cambio de la propia postura sin que el mundo estalle en mil pedazos.
Ahora cuando el intercambio se produce con personas que llevan puesto el impermeable, que escupen mitos por verdades, hablan desde el absolutismo, se sitúan en un lugar de superioridad y no enfocan desde un plano macro quedándose solo con su parcialidad, se vuelve una total y absoluta pérdida de tiempo. Solo se consigue la primera acepción de la palabra que suele acarrear enojosas distancias, heridas que cuesta mucho sanar, o total hermetismo de pensamiento: amigos que dejan de serlo, familias que se resquebrajan, parejas que se lastiman.
A lo largo de mi vida no he sido, por lo general, un buen discutidor. Fundamentalmente por lo que me cuesta no enervarme, lo que suele nublar mi pensamiento y volverme cabezón. Aún puedo defender viejas posturas y pensamientos que encuentro sólidos en su base, pero los cuales no he sabido defender con la altura que hubiese querido.
Hemos avanzado un poco en estos años frenando a tiempo antes de cruzar esa línea de la que es difícil volver, pero es una pelea constante. Muchas veces me encontré escupiendo palabras que no sentía por el solo echo de dejar que la bronca hable por mí, cosa que hoy ya casi no sucede. Me sigo poniendo intenso, pero trato de evitar lastimar con palabras. No es todavía un lugar en el que me sienta capacitado y seguro. Solo me alivia el saberme incapaz de ejercer violencia física. Jamás he propiciado o participado en un acto semejante, exceptuando alguna que otra escaramuza escolar de baja intensidad.
Intento no enroscarme de más y evitar ese intercambio cuando es posible dejarlo pasar. Sin embargo las responsabilidades laborales y de la vida misma empujan a la cancha, y no queda otra que jugar. No tengo la gambeta del diez, pero intento no ser un rústico defensor rompe piernas. Quién sabe, algún día quizás dominemos un poco mejor la pelota y puodamos jugar con un poco más de elegancia. En definitiva también es un aprendizaje, y no alcanza con argüir que uno es así y ya.
Eso sí. En una mesa con los mejores cerebros que ha parido esta tierra nos desenvolvemos con holgura y disfrutamos el trabajar por el bien de la humanidad, solo por pura empatía nomás, que tampoco es cosa de andar cobrando por todo…