Problemas de identidad musical
En diciembre de este año 2025 cumplo 20 años de servicio en este hermoso trabajo que tanto me ha brindado, y al que he dedicado buena parte de mi tiempo desde que supe de su existencia allá por el 2002. No siempre he sido saxofonista; solo llevo 11 años estudiando este instrumento. Antes tocaba cosas más decentes para una orquesta como pueden serlo la trompeta y el contrabajo.
Hacer música muchas veces supera a la obra en sí misma y a cuánto pueda o no gustar el resultado global de lo que se está interpretando. Es habitual encontrarse cuestionando con ganas el papel que nos toca en una obra por alguna de las tantas razones posibles, y, sin embargo, encontrar en ella algo bello, aunque solo sea una frase melódica, un compás, una intención o un desarrollo armónico.
Esta percepción puede ser totalmente diferente de lo que llega al público, quienes tienen la posibilidad de captar el conjunto y no una idea parcial de lo que suena, como sucede desde nuestro lugar en las filas de instrumentos.
Hay partituras que son aburridas por su simpleza o la poca participación activa en el conjunto. Puede pasar también que a nuestro oído suene mal en su aislamiento, a diferencia de lo que sucede simultáneamente, pero que, sin embargo, en lo global, forme parte de algo realmente bello. Y hay otras partes que son una delicia de interpretar, pero que para el conjunto no son más que un aglomerado de elementos aislados que no empastan del todo y no logran esa identidad de grupo.
Otro condimento importante para el disfrute, o el embole, de los músicos que ejecutamos instrumentos que no forman parte de la orquesta sinfónica, radica en los arreglos o transcripciones de las obras originales. Hay trabajos que están muy bien logrados, aprovechando las cualidades características de cada instrumento, y otros que te obligan a zambullirte en las hostiles e incómodas aguas de la imitación. Y hemos llegado aquí, señoras y señores, al meollo del asunto.
Todo lo que sigue, y quizá lo anterior también, son tan solo opiniones basadas en mis gustos y mis expectativas artísticas de un elenco con las características del que soy parte actualmente.
Hay un concepto que a mí me desagrada bastante como instrumentista, y tiene que ver con el rol de imitador. Y no me refiero a imitador de un elemento conceptual artístico, como se puede encontrar en muchísimas obras que expresan a través de la música sonoridades del universo utilizando herramientas musicales. Sino a algo más mundano: imitar otro instrumento porque esa partitura que ahora ejecuto con un saxofón es original de cuerda.
Comprendo y trabajo para intentar lograr lo que pide la escritura ideada por compositores que querían una sonoridad o una intencionalidad específicas. Uno hace el esfuerzo para acercarse a lo que se necesita de ese rol que uno cumple en esa maquinaria global que es una orquesta. Sin embargo, estoy convencido de que el aporte que cada elenco puede hacer a una obra está en la interpretación y en la sonoridad característica de los elementos que componen esa orquesta o grupo de instrumentos.
He escuchado conjuntos numerosos de guitarras interpretar música de orquesta tradicional que sonaban de la puta hostia. Y, sin embargo, uno reconocía a guitarras tocando como guitarras, no imitando un staccato de trompeta. Y ese, a mi humilde entender, es el valor que nosotros, como músicos de instrumentos que no son los originales en los que pensó el compositor, podemos sumar a lo ya hecho.
Un saxofón no es una viola, por más que utilicemos boquillas microscópicas, cañas de papel, nos pongamos un tutú y toquemos en puntitas de pie. El saxofón es sonoro, aunque esté etiquetado como un instrumento de madera. Eso solo sucede porque la fuente sonora es una caña, pero su composición estructural está más relacionada con los instrumentos de metal que con otra cosa. Pedir pianos, slaps, glissandos, yunyún de arco, o cualquier cosa característica de una cuerda a un saxofón es un sacrilegio y un desaprovechamiento total de las cualidades de un instrumento como este.
Y este concepto es totalmente aplicable al total de una banda sinfónica. Por más que se esté ejecutando música de cámara, creo que hay que tomar la esencia de la idea artística del compositor y llevarla a la sonoridad del elenco que sea. Y ojo, que no me refiero a, por ejemplo, no respetar las ideas dinámicas de un autor en su obra, sino a realizar ese contraste dinámico pero en el rango donde los instrumentos suenan como deben sonar, y no forzarlos a límites incómodos e irreales.
Si un autor moderno quiere que mi sonido sea más aire que frecuencias, por mí perfecto. Eso es parte conceptual de la obra. Lo otro es perder energía y ganas por el camino.
Es tarea de los directores y arregladores aprender a trabajar potenciando y no estructurar imitando. Eso es malo, feo, caca. Es tarea nuestra encontrar la identidad de nuestro sonido y lograr la flexibilidad necesaria para aportar lo que se necesita y no dormirnos en la comodidad de lo estático e insípido de algo sin musicalidad.
En épocas donde la identidad ha cobrado un rol tan necesario y relevante, quizá alguien se haga cargo de que una banda es una banda, y debe sonar como tal, por más que esté tocando una chacarera, una suit de Bach o un blues. Me autopercibo saxofonista señor, no frotador de cuerdas.