No es que sea miedoso
Cada vez que llega esta parte del año, a parte de sufrir por el alto número del termostato que impacta de lleno en mi pobre cuerpecito también arrastra consigo una incomodidad quizá no tan grave para el común de la gente, pero sin dudas molesto para mi.
Eso que tanto me joden son los putos insectos. Pero no solo las moscas y los mosquitos, sino los tan temidos abejorros, abejas y avispas. Ha, no es para tanto exagerardo… Me dirá algún insensible de las fobias ajenas. Pero ¡si lo es!
Para intentar justificar el echo de salir corriendo al escuchar algún zumbido contundente, corriendo mas rápido que el peque al cual debería proteger de ese asesino volador, solo puedo contar una historia verídica, a la cual me aferro para no admitir mi cobardía.
Había una vez un vecino de mi abuela, el cual se dedicaba a criar esos insectos detestables en esa infame profesión que llaman apicultura, que no tuvo mejor idea que dejar un panal o como se llame esa cosa rectangular parecida a una conservadora llena de asesinos al fondo de la casa de la madre de mi madre, o mi segunda mamá por quien fui felizmente malcriado durante mi infancia y un poco más también.
Ese día estaban ambas abuelas a la sombra de una parra mientras yo jugaba en el patio al fondo, atraído por ese recipiente grandote para mis pocos años, donde mi imaginación dibujó regalos en su interior. Supongo que recuerdo todo esto con tan pocos años por el impacto que me causó lo que luego sucedió…
La cosa es que me acerqué, y abrí su tapa sin problemas. Al mirar dentro veía muchos puntitos negros que quise investigar metiendo la mano, y zas, el infierno en la tierra. De repente me vi rodeado de un zumbido penetrante y lo que para mi eran un millón de bichos voladores que me querían muerto.
Recuerdo mirar hacia donde estaban mis abuelas y correr cual velocista hacia ese lugar, viendo en el camino a mi viejo a chancletazos limpios para espantar el enjambre que me perseguía.
La cosa no fue tan grave ya que solo una fue tan insolente como para clavar su aguijón en la parte baja de mi espalda, donde luego fui embadurnado de barro. Ya que según decían mis abuelas haría que se desinflame la zona. Sin embargo ese recuerdo quedó clavado en algún rincón de mi memoria hasta el infinito y mas allá.
Han pasado casi 40 años de todo esto, pero sigo poniéndome nervioso al escuchar el bzbzbzbz cerca de mi humanidad. Lo que hace que me quede clavado en el lugar, o que raje velozmente.
Al ser padre, muchas veces intenté disimular un poco ante su infante presencia, poniendo cara de valiente soldado y huyendo sin correr, y animándolo a movernos cuando algún desagradable bicho de esos se acerca, pero a veces es mas fuerte que yo y el disimulo queda atrás, como el peque y cualquier cosa que haya tenido en mano.
Recién acabo de leer un artículo en el que se narraba sobre la invasión de avispas en playas de las costas argentinas causando pánico entre los veraneantes, cosa que me hubiese dado un bobazo de haber estado presente. Y que disparó este recuerdo.
Muchos saben de esta historia, pero así y todo me hacen “Bowling” insinuando mi escasez de valentía, pero en el fondo saben la cruel verdad. No es que sea miedoso, es que…