Reflexiones de un cronopio

Ilustración de un personaje con un sombrero de mago escribiendo y sentado frente a una biblioteca

La negación en defensa propia

Recién ahora casi que comienzo a comprender el por qué de esa necesidad de crear eufemismos para intentar re-significar algo que nos resulta difícil o imposible de digerir. Nombrar algo que entendemos como degradante para empoderarlo con algo que aliviane su supuesta negatividad.

Y en ese afán encontramos cosas ridículas como personas con capacidades diferentes, con necesidades especiales, seres de luz, y tantas otras cosas que terminan siendo ofensivas a diferencia de la terminología simple que define aquella cuestión física que alguien padece.

La discapacidad es algo que como muchas de las cosas que rompen el intento de normalidad, de uniformidad, genera esa negación de su existencia. Como si el evitar nombrarla como tal fuese suficiente para suprimirla, esconderla bajo la alfombra y seguir por la vida con un cartel en la frente que dice: “aquí una persona normal”.

No es la única, ya que podemos encontrar muchos ejemplos en otras dolencias de tipo psicológicas muy graves con las cuales muchos prefieren negar o esconder por miedo a la confrontación con el problema, el miedo a la aceptación y el juicio de los otros. O el pánico a la aceptación del propio cuerpo y los rasgos de género aprisionados bajo una eterosexualidad mas “normalita” y fácil de aceptar para el entorno.

Muchos hablan de la horrorosa acción de antaño al esconder a los propios hijos con alguna discapacidad, para que el resto de la sociedad no sepa de su existencia y no piense vaya a saber qué de esa familia maldita. Se tranquilizan al pensar que eso es cosa de antes, que en la actualidad no sucede.

Pero si bien hoy existe mucha información y muchas mas herramientas para quien no sepa como afrontar una situación al respecto, aún esta cosa primitiva de negación existe, y lleva a extremos como evitar que alguien con una disminución visual grave utilice un bastón porque aún ve, porque no es ciego y puede andar sin ayuda. Hasta que esa persona se estrola contra un poste porque el contraste de colores o la visión periférica no le permitió visualizarlo.

O a un pibe con claros rasgos del espectro autista al que la comunicación social le resulte imposible, lo obliguen a estudiar y afrontar esta sociedad compleja y muchas veces excluyente sin recursos psicológicos. Consiguiendo que se encierre más por autoprotección, y sin aportarle nada para mejorar su calidad de vida.

En muchos de esos casos con final feliz, ese entorno que es el que define el principio del camino a tomar, las decisiones que encauzan el futuro de su entorno cercano, comienzan a tomar consciencia de la importancia de buscar ayuda. Que todas las personas necesitan del otro, y que no nos hace mejores la independencia absoluta, porque esta no existe. Desde el momento que se vive en sociedad se crean vínculos que unen nuestras vidas con ese entorno social.

Cuando se comprende que la discapacidad no nos define como personas, que tan solo lo hace el rumbo que cada uno toma en sus decisiones, en la búsqueda de aquello que nos hace sentirnos vivos, el otro también logra comprender que la vida va mas allá de las herramientas físicas que cada uno posee. La vida hay que ganársela a pulso importando poco lo que cada uno posea. Dinero, belleza, poder. Hay que buscar y buscar. Y la corto acá porque parezco un maldito couch a los que detesto.

Por eso es que uno rompe los huevillos con afirmarnos como personas con discapacidad y no discapacitados. Porque lo que a uno lo define es esa primer palabra, persona. Lo otro es un rasgo. y priorizando ese rasgo se genera una cosificación. Disminuir a la persona al rango de cosa.

Decía arriba que ahora comienzo a comprender el por qué de lo expuesto, y es porque en mi entorno cercano encuentro algunos ejemplos de esto. Que aún habiendo confianza con los protagonistas me resulta muy difícil esta conversación.

No sé como decirles estas cosas cuando veo en esa negación un poco de sufrimiento. Cuando la vez que nombro la palabrita en cuestión “discapacidad” se frunce el alma y se recae a un rechazo automático, aún cuando se está hablando con alguien con discapacidad. Quizás exponiéndolo aquí en palabras logre algún día encontrar alguna forma de encarar esto de la mejor manera. No por mi, sino por esas personas que necesitan de su ayuda y a las que esa negación les está impidiendo brindárselas. 

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