El arte como espejo emocional
El arte no es la búsqueda de la belleza, el arte es una perspectiva desde donde interrogar y transformar la realidad, o aquello que entendemos como tal.
A veces intento con bastante poco éxito el explicarle a quien nunca se ha subido a un escenario para hacer música, todo aquello que se experimenta al participar activamente en esos momentos en que la expresión artística se hace presente. No porque los receptores de mis pobres intentos no sean capaces de comprenderlo, sino porque actúan fuerzas, energías que son difíciles de poner en palabras que ayuden a desentrañar las sensaciones físicas, emocionales que acarrean este tipo de expresiones.
Dicen por ahí los sesudos de la materia gris que cuando estudian la azotea de un músico, en la concreción del arte es donde se produce la mayor actividad, donde todo se enciende como un árbol de navidad. Y cuando pienso en todas las actividades físicas y mentales que uno activa al compartir la música, esto anterior parece evidente.
En el caso de un instrumentista, al tocar se activa por un lado una parte netamente mecánica. Donde la destreza del cuerpo ejercitada por millones de repeticiones en el proceso de aprendizaje permite que la información viaje como bala para gestionar el movimiento.
Por otro lado la concentración profunda en el contexto inmediato, estando atento tanto a lo que sucede con los compañeros cercanos como en lo que suena a nivel global. En como ejecutar ese rol musical en el contexto rítmico, sonoro, para que no sea un elemento aislado, sino parte de ese todo.
La otra parte esencial es la creativa, cuando ese rol permite moverse un poco dentro de la estructura para crear diferencias, cambios pequeños y no tan pequeños que le dan vida al sonido. Y no hablo solo de la improvisación, que es la expresión máxima de lo anterior, sino de la utilización de todas las herramientas musicales a disposición para moldear el carácter de lo expresado a través del instrumento.
Y como si todo esto fuera poco, hay un elemento primordial que hace que todo lo anterior se vea invadido, modificado, contagiado. Hablo de ese tipo de energía invisible pero perceptible e invasora que se genera en la interacción con otras personas en el escenario, como con la que viene desde los espectadores y todo aquello que irradie esa vibra tan particular. No siempre tiene la misma fuerza, pero cuando se hace presente inspira momentos únicos.
Y aquí hemos llegado casi sin querer a la piedra angular de una pregunta que nos comienza a incomodar; las IAs ahora que pueden “crear”, ¿ya pueden reemplazar sin problemas todo lo humano? Y creo que la respuesta es clara, al menos por ahora. En la interacción humana conviven elementos no computables con otros que si lo son. ¡Como simplificamos el sentimiento en números binarios?
Quizás una máquina podrá tocar un instrumento con destreza, componer, y actuar acorde al contexto. Pero lo que aún no puede hacer es percibir e irradiar esa energía tan propia de las personas. Que jamás sentirán lo mismo al escuchar un concierto grabado, que al escucharlo en vivo, en el mismo espacio y tiempo donde se genera todo lo dicho arriba.
Por eso es que generalmente invito a todas las personas a que se animen a participar en el arte en cualquiera de sus expresiones. Porque cuando se logra conectar con ella nos regala algo que no se encuentra en otros lugares. Nos empodera con un vehículo de expresión, de creatividad, de distracción, de canalización de problemas. Porque la vida no solo es trabajar comer y dormir.